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La curiosidad del niño nunca alcanzará un alto grado si en cada estadio del aprendizaje halla la satisfacción correspondiente. El esclarecimiento sobre las relaciones específicamente humanas de la vida sexual y la indicación de su significado social debería darse al finalizar la escuela elemental (y antes del ingreso en la escuela media); vale decir, no después de los diez años. Por último, el momento temporal de la confirmación sería el apropiado, más que ningún otro, para exponer al niño, esclarecido ya sobre todo lo corporal, los deberes éticos anudados al ejercicio de la pulsíón. Un esclarecimiento así sobre la vida sexual, que progrese por etapas y en verdad no se interrumpa nunca, y del cual la escuela tome la iniciativa, paréceme el único que da razón del desarrollo del niño y por eso sortea con felicidad los peligros existentes.
Considero un significativo progreso en la educación de los niños que el Estado francés haya remplazado el catecismo por un libro elemental que les procura los primeros rudimentos de sus derechos y obligaciones civiles, y de los deberes éticos que tendrá en el futuro. Pero ese manual es enojosamente incompleto, pues no incluye el ámbito de la vida sexual. ¡He ahí una laguna que educadores y reformadores deben empeñarse en llenar! En Estados donde la educación de los niños se confía al clero en todo o en parte, ciertamente no está permitido plantear semejante reclamo. El sacerdote jamás admitirá la igualdad esencial entre hombre y animal, pues no puede renunciar al alma inmortal, que le resulta indispensable para fundamentar el reclamo moral. Vuelve así a demostrarse cuán poco inteligente es poner remiendo de seda a una chaqueta andrajosa, cuán imposible es llevar adelante una reforma aislada sin alterar las bases del sistema.
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